Cerré mis ojos y simplemente me dejé llevar. Una suave y cálida niebla me transportó a otro mundo, a otra existencia. Me deslizé lentamente por toboganes de coloridas ilusiones, rodeada por el canto celestial de pájaros que cabían en la palma de mi mano, sólo para caer en el abrigo de tus brazos. Me hamaqué como en los tiempos de mi niñez, disfrutando esa dulce sensación de vértigo, impulsada por tus manos. Nadé en arroyos y lagos de agua cristalina, sintiendo la vigorizante frescura de esas aguas, dejándome ir hacia tí. Rodé por colinas de un vibrante verde de primaveras jóvenes, riendo libremente sin preocupación alguna, hasta encontrarte. Dancé al compás de alegres melodías, de esas melodías que te reconfortan, que te llegan a lo más profundo del alma y la llenan de felicidad, junto a vos. Permanecí horas acostada en el pasto mullido, sólo para contemplar el profundo color negro del cielo nocturno y el brillo inmaculado de cientos de estrellas, tomada de tu mano. Solté mi pelo al viento, maravillándome con la libertad de los sueños, mientras vos reías tiernamente, rodeado de flores multicolores. Soñé feliz, ese paraíso al que sólo los soñadores pueden entrar, soñé... te soñé.

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