El desencanto fue casi tan inmediato como el reconocimiento. Me dejé caer de rodillas allí mismo, al borde del claro, y empezé a respirar entrecortadamente. ¿Para qué ir más lejos? Nada me retenía allí, nada, salvo los recuerdos que podía invocar cuando quisiera -siempre que estuviera dispuesta a soportar el correspondiente dolor-, y la pena que ahora me embargaba me había dejado helada. Aquel sitio no tenía nada de especial sin él. No estaba del todo segura de qué esperaba sentir allí, pero el prado carecía de atmósfera, estaba vacío, como todo lo demás...

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